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lunes, 17 de enero de 2011

Tres metros sobre el cielo

Ahora es una película, antes fue un libro y mucho antes una experiencia real, vivida por algunas personas que se enamoraron perdidamente. Y se acabó el amor.¿A dónde va cuando se escapa como agua entre las manos, qué huella deja la intensidad inmensa de lo sentido entre los amantes? ¿Se olvida y ya está?

Desde la ficción se llega a una realidad proyectada, desde la realidad se llega a una ficción creada. Parece que los contrarios están más cerca de lo que parece, por eso dicen algunos estudiosos que el amor y el odio son dos caras de la misma moneda.

¿Qué hay de real en el enamoramiento, o mejor, que hay de ficción en el amor?

La mayor realidad del enamoramiento es sin duda la necesidad y la mayor ficción del amor es su carácter desinteresado. Cómo es posible que una persona pueda creerse que ama o le aman sin condiciones. Cómo es posible que el fundamento del amor que no es sino el interés se vea envuelto en una pura contradicción que trata de disfrazar su esencia, incluso su magia. Si no damos o no nos dan lo que nos interesa cómo podemos amar, de qué sustancia llena de hipocresía hablamos, por qué quieren los que defienden los convencionalismos hacernos creer que se ama incondicionalmente cuando en realidad no existe ningún amor sin condiciones que cumplir, sin exigencias. Y si en el peor o mejor de los casos -tengo dudas serias- se pudiera amar sin dar y darnos lo que queremos o nos interesa, en qué subclase de emoción lo convertiríamos, cómo aceptar que te quieran o querer si no existe una correspondencia entre lo sentido y la realidad, entre una fantasía destructiva y una realidad construida o al revés. Cabría aquí preguntarse, existe alguna realidad entre lo humano que no se proyecte desde la mente. ¿Decir “esto es lo real” es una afirmación rigurosa? Probablemente no, porque sería como creer que existe una verdad inmutable, por supuesto en el tema que nos ocupa, dentro de los límites humanos si los conocemos y los aceptamos.


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Cuántas veces hemos dicho ó escuchado en las reuniones de amigos algo así: “¡Yo con ese/esa... mmmmmmmmm!” Parece claro que son comentarios del tipo que podemos llamar broma imitativa. Hace algunos años concluí que detrás de una broma casi siempre hay una parte seria y además de las que jode, fastidia, decepciona, molesta o desprecia. Analicemos la parte seria de este comentario típico. Podríamos comenzar pensando en el concepto fantasía. Hablamos de un hombre o una mujer que para la mayoría cumple con un modelo mental creado por los convenios sociales abundantemente aliñados con más de unas cuantas especias propias. Nos atraen tanto porque tienen lo que nosotros no creemos tener ¿Por qué si no podríamos ser capaces de desear e imaginar una relación con una persona absolutamente desconocida de fondo? Solo se me ocurre una respuesta, lo contrario, enamorarse es proyectar todo lo que nosotros tenemos, sentimos, deseamos, anhelamos. Todo lo que somos en lo más profundo de nuestra identidad escondida, oculta, disfrazada, acolchada, protegida por la mente de un intenso miedo a que desaparezca, a que nos sea arrebatada. Por eso nos enamoramos tan pocas veces en la vida o añoramos un amor siempre entre bambalinas, por eso nos cuesta tanto entregarnos y enterarnos, sobre todo de que nadie te puede arrebatar tu verdadero ser excepto tú mismo y la muerte... y no estoy seguro.

Enamorarse es encontrar un espejo donde todo lo bueno que hay en ti se refleja en la imagen de otro, romper el espejo o perderlo significa no poder ver más allá de nuestra propia imagen deformada, esa que la cabeza sitúa en una realidad maldita, en todo aquello que no soportamos de nosotros. En los problemas, en las carencias, en los fracasos, en las metas incumplidas, en la falta de voluntad, en la indisciplina, en la capacidad para dejar fluir lo que sentimos hasta la razón para llegar a la acción. Del hacer... al camino, a su disfrute, recorriéndolo con sentido y sin destino. Es como desequilibrarse para buscar el equilibrio, como vomitar, salirse de uno, limpiarse, purgarse, para después volver a comer y disfrutar de cada sabor, de nuestros labios y dedos pringados, del olor a gusto, de los colores y los aromas.

El enamoramiento lo vivimos sabiéndolo liviano, etéreo y a la vez intenso, incluso parece infinito, sabemos que se instalará en el recuerdo como una huella imborrable, perdurará para corroborar que estuvimos vivos, vivísimos, aunque sea por un corto espacio de tiempo. Toda la esencia apasionada de la vida concentrada y reflejada en la atracción imparable por el otro hasta fundirlo con el yo, hasta desaparecer reflejado en otras pupilas. Probablemente uno de los siete movimientos más hermosos que se pueden vivir, seguramente la unión perfecta entre la fantasía y la realidad: Enamorarse... a tres metros sobre la tierra es mejor, mucho mejor, solamente se va un poco más allá de nuestra verdadera medida.


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