Un Lugar

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lunes, 17 de enero de 2011

Una bala en mi cabeza



Suena el timbre, abro la puerta, tras ella un cañón del mejor revólver del mundo, un Colt Anaconda calibre 44 magnum apuntándome directamente a la cabeza, encima de los ojos, entre ceja y ceja. Detrás unos ojos saltones, nerviosos, dilatados y moviéndose deprisa, cegados de furia.

No reacciono hasta que un grito hace añicos el silencio y suena un disparo, no sabría decir qué fue antes, durante o después: el silencio, el grito o el disparo.

Esa mañana, extrañamente, lo primero que hice al levantarme fue leer mi horóscopo, decía: "Como signo de Aire que es, necesita el estímulo intelectual, el razonamiento y la conversación. Su gusto por la estética y la ética le lleva, muchas veces, a buscar una perfección que no encuentra. Sabe que sin el otro, uno no es nada. No le gustan para nada los ambientes toscos ni las tensiones. Es amante de la paz y de la concordia. En su afición por lo bueno puede llegar al sibaritismo. Vuelven a producirse condiciones muy afines a su idiosincrasia personal, aunque será por poco tiempo y no se presentan con gran fuerza. Numero: 44 Día: Sábado."

Coincidencias, cuando sonó el timbre y abrí la puerta... sábado, mi día preferido. ¿Las preferencias no sirven como un halo divino y protector? Me parecía increíble tener el cañón de una magnum apuntándome en el mejor día de la semana.

Ni siquiera tuve miedo del aquel agujero oscuro, en realidad lo que me asustó hasta el colapso mental fueron esos ojos despavoridos, ansiosos de venganza y ciegos de ira. Al reconocerlos viví el auténtico pánico del pecador, de inmediato me cruzó de arriba a abajo un sentimiento de culpa inmenso, imparable, hasta concluir que merecía esa bala. El dedo acusador, la mala conciencia, la decepcionante imperfección, los ideales incumplidos y una larga lista de maldades perpetuadas en un pasado cercano, consiguieron la sentencia firme: Culpable. Me convertía en unos segundos en fiscal, juez y jurado. Creo que olvidé al abogado defensor y a las pruebas me remito, no fueron necesarias.

Cuando sonó el disparo ya estaba muerto. Ya había dedicado mucho tiempo a destruir todo aquello que me hacia sentir yo mismo. Cuando por primera vez me di cuenta recuerdo haber escrito un poema, el último verso decía: "Me he robado". No hay nada peor que mutilarnos, despojarnos de lo esencial, de lo genuino, de lo que nos conecta directa y llanamente con nuestra propia identidad.

El disparo me vació de sangre y me llenó de felicidad, por fin había pagado por todo aquello que me corroía por dentro. Sentí una liberación inmensa, sonó todo esa carga al caer como una mole de mil toneladas y todavía permanecía erguido. En unos segundos mis rodillas crujieron y golpearon el suelo despacio. El calor de la sangre en la boca me hizo sentir el último sabor dulce.

No hay mal que por bien no venga, si no hubiese muerto, un fatal disparo hubiese sido mi mejor terapia, en un instante liberé los sentimientos de culpa acumulados durante toda la vida, desde que de bebé me hacía responsable de la angustia de mi progenitora hasta mi último acto estéril, una retahíla de fracasos dedicados a mi espesa tendencia a la indisciplina: La tensión a veintidós, el colesterol por doscientos noventa... y un posterior amago de infarto podrían ser la prueba.

Nunca pensé en una muerte tan cinematográfica, en mi fantasía siempre imagine mi final desnucado de un golpe seco al estrujarse la carrocería de mi coche contra una pared fría y distante a doscientos por hora.

Durante las milésimas de segundo que duró el disparo un abanico de preguntas se abrió en mi mente: ¿Quién es esta mujer que me ha disparado y sobre todo por qué, la conozco, qué daño tan grande le causé, cómo pude reconocer sus ojos si no la conocía de nada, de dónde sacó toda la información sobre mi hasta presentarse en la puerta de mi casa, por que eligió mi revolver favorito y cómo lo sabía...?

Ninguna de estas preguntas parecía tener respuesta, no se si fue la inmensa curiosidad o el tamaño de mi cabeza pero no perdí la consciencia hasta que escuché sus únicas palabras, para mi las últimas que escuché vivo.

Hay personas que dicen que no existen las coincidencias, que en realidad todo está unido por un hilo cosmogónico que tiene y busca sus propio sentido, se diría que atraemos todo aquello que engorda nuestra energía, si rezumamos aspectos positivos lo que nos vuelve es positivo, si creamos un halo negativo lo que nos es enviado por las fuerzas del universo también será negativo. Quizá lo simplifico un poco, pero teniendo en cuenta que estoy a punto de morir entenderán que no pierda el tiempo.

Mi reacción les parecerá sorprendente, solo me salió una gran carcajada al escuchar sus únicas palabras, simplemente dijo: ¡Alejandro hijo de puta muérete... cerdoooo!

Entenderán rápidamente mi extraña carcajada justo antes de morir, disparó con los ojos cerrados y lo mas sorprendente... me llamo Miguel.


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