Un Lugar

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Donde todo puede ocurrir

lunes, 6 de septiembre de 2010

Compartir


La palabra compartir proviene del latín compartīri y según la R.A.E significa:

1. Repartir, dividir, distribuir algo en partes.

2. Participar en algo.

Disculpen que utilice con frecuencia el diccionario, pero además de mis propias limitaciones con el lenguaje, me parece una excelente manera de introducir con la contundencia del significado un significante un tanto difuso, amanerado, corriente y devaluado de usarlo tanto y mal. La impecabilidad de la palabra-como decían los toltecas- pasa frecuentemente por un filtro de cabeza en cabeza y de boca en boca hasta dejar sin contenido palabras fundamentales y necesarias para la comprensión de los propios movimientos de la vida.

Es fácil pronunciar o escribir la palabra compartir, sin embargo la dificultad se amplía cuando pasamos a intentar la pura acción, se trata de participar en la vida de otro creando una realidad nueva a la que llamamos relación. Es importante hacer hincapié en que cada nueva persona produce una interacción propia, singular y diferente con el otro. Está claro que existen muchos tipos de relaciones: De amistad, de pareja, de familia, de trabajo, de vecindad...y una de la que se suele hablar poco y no por su grado de importancia- en muchos casos inexistente- es la relación con la naturaleza. No me propongo tratar con todas, me centraré en las relaciones de pareja con un pequeño guiño a las de amistad por su semejanza aún sabiéndolas muy diferentes. A mi entender, las diferencias más contundentes son la convivencia diaria y el grado de compromiso entre dos o más personas. Intentaré centrarme en estas dos, acotando la reflexión a las dimensiones del texto.

¿Cómo compartir sin entrometerse, sin querer cambiar cromos únicos por cromos repetidos, sin dar para pedir a cambio, sin olvidar al otro buscando únicamente el interés propio...?

¿Cómo compartir las penurias, las manías, los pedos, las dificultades económicas, el cansancio, la ira, los sentimientos de culpa, la familia no elegida, los secretos, las mentiras, los crecimientos, los nuevos intereses, el olor a mierda...?

Hace años, mucho antes de convertirse Jorge Bucay en un autor tan prolífico, cayó en mis manos, después de cruzar el charco, un librito rojo convertido para mi en joyita llamado Cartas para Claudia, de él extraigo algunas palabras, disculpándome por utilizarlas a mi libre albedrío incluso para convertirlas en otras al eliminar algunas y contradecir el final:

"Es mi manera de definir la amistad, el amor... Quiero que me escuches sin juzgarme. Quiero que opines sin aconsejarme. Quiero que confíes en mi sin exigirme. Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mi. Quiero que me cuides sin anularme. Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mi. Quiero que me abraces sin asfixiarme. Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mi. Quiero que te acerques sin invadirme. Quiero que sepas que HOY cuentas conmigo..." con estas condiciones.

Me parecen que expresan perfectamente unas cuantas reglas básicas para que una relación funcione de una forma suficientemente sana, para compartir de verdad. De hecho, el autor me parece un extraordinario comunicador y un espléndido profesor, supongo que también un buen terapeuta. Digo todo esto aún no estando de acuerdo en algunas cuestiones básicas con él.

Como siempre, lo difícil es primero darse cuenta y después ponerlo en práctica. Lo digo por experiencia propia, es muy fácil caer en las tentaciones de la inconsciencia, en esa parte de nuestros adentros que se reencuentra con el animal que también somos, con sus instintos, tendencias, anhelos y deseos, todo ellos irracionales. Y a la vez tan necesaria.

Alguien me dijo una vez que es fácil la pasión dentro de una burbuja, lo difícil es mantener una llama siempre encendida en la convivencia, día tras día, año tras año. Lo corroboré en la realidad y lo describí con la metáfora del calentador de agua a gas: Los calentadores relativamente antiguos necesitaban de una pequeña llama encendida siempre, para cuando abrías el grifo del agua- arché -se convirtiera en un fuego intenso productor de un gran calor que había que armonizar con un giro hacia el agua fría, mezclándola para no quemarte. Cuando queremos que todo el tiempo el calentador esté encendido al máximo el agua quema, achicharra, duele y convierte una sensación de placer en algo sumamente desagradable. Probablemente ahí está el centro del error: Lo queremos todo, pero cuanto más calor buscamos más nos quemamos. La reacción más coherente sobre este asunto me parece que sería coger las riendas de nuestras emociones y llevar las relaciones hacia caminos de sosiego, de pasiones, de enamoramientos, hasta el verdadero amor/amistad que ayuda a vivir y pisa la tierra sin dejar, de vez en cuando, de dar un salto de alegría hacia el cielo ó hacia el agua, pero nunca hacia el fuego.


Participar, repartir, dividir, distribuir... Es compartir todo aquello que nos ayuda a crecer y nos mejora, incluso aunque no lo parezca. A veces los rincones más tristes son los que mejor nos recuerdan donde hallar la alegría.


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