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lunes, 6 de septiembre de 2010

A la orilla del mar en Septiembre




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A la orilla del mar en Septiembre

"Otra vez agosto pasa y nosotros sin mudanza." J.R.J

A la orilla del mar en septiembre gritan las encinas, la luna estira sus troncos dos centímetros y pasan cien años, por eso no las escuchamos. No tenemos tiempo. Los días pasan despacio para estos arbustos centenarios, milenarios. Para nosotros, con suerte, es toda una vida. El tiempo lo relativiza todo, hasta una chaqueta de aviador que tenía mi padre y que heredé con las ganas de un hijo. Todo parece que se va encogiendo con los años o nosotros ensanchamos.

En todo caso el tiempo siempre está marcado por un antes y un después. En esta caso, antes de las vacaciones y después de las vacaciones. Muchos lo vivimos como el auténtico cambio de año, como cuando éramos estudiantes cambiando de curso, una nueva etapa, un nuevo ciclo.

Después de agosto viene septiembre y la vuelta a la rutina, nos alejamos de la orilla del mar para volver cada uno a su lugar de trabajo.¿Pero por qué nos alejamos del disfrute cuando volvemos al trabajo? ¿Por qué idealizamos tanto las vacaciones y maldecimos la vuelta al trabajo si además le dedicamos once veces más tiempo durante el año? ¿Cómo podemos aceptar pasarnos once meses al año en una situación que nos oprime, nos disgusta, nos angustia y elimina todo rasgo de ilusión?

No estoy seguro de si estoy radicalizando, ustedes dirán, pero me temo que son muchas las personas que verbalizan ideas similares a mis afirmaciones. Aún siendo consciente de que no todo lo que se verbaliza se siente, tiendo a creer que es un pensamiento y un sentimiento generalizado.

Hay respuestas muy obvias, pero trataremos de saltárnoslas. Me interesa especialmente resaltar la importancia del bienestar en el día a día, la necesidad de las ilusiones para poder danzar con las olas más frecuentemente y después relajarnos a la orilla de un mar, a veces tranquilo, otras, movido, aceptándolo tal y como es.

El bienestar es un estado de ánimo que crea una actitud, la felicidad un embaucador y severo ideal que además de no existir salvo en la mente destruye el bienestar. Un ideal inalcanzable que nos mantiene engañados esperando un futuro de plenitud mientras nos perdemos las pequeñas y sencillas maravillas del día a día, la exclusiva sensación de estar vivos, probablemente el único y mayor tesoro del que siempre disponemos hasta el inevitable final.


El final es la casa vacía que estuvo habitada, personas vivieron en ella, durmieron en ella, soñaron en ella, se refugiaron de lluvias, vientos y miedos. Tarde o temprano quedan vacías como el tiempo que dedicamos a sufrir, no sirve para nada positivo.

Al volver de las vacaciones cada uno de nosotros volveremos a nuestras rutinas más o menos activas. Algunos con una cierta angustia, otros con pocas ganas, otros estarán encantados de volver a su evasión favorita, quizá otros, unos pocos, estén deseosos de llegar para poner en marcha nuevos proyectos, quizá con energías renovadas alguien se enfrente a sus problemas y los resuelva o el menos lo intente. Incluso es probable que algún persona valiente de un giro radical a su vida y deje lo que no le gusta o le atormenta en busca de un camino mejor.

Cada uno tendrá sus motivos para actuar de una forma u otra y quiénes somos nosotros para reprocharles nada. Somos uno más dentro de una sociedad imperfecta, algo caótica y llena de contradicciones e injusticias.

Nada ni nadie es perfecto, pero espero que cada uno a su vuelta sea capaz de gobernar su vida hacia un bienestar diario y renuncie a disfrutar o intentarlo solo los fines de semana, puentes y vacaciones. Son muy pocos esos días en el computo del año.

Me niego a creer que solo podemos estar a la orilla del mar en agosto, por qué no en septiembre, octubre, diciembre, enero, febrero...

El mar siempre está ahí y el sol, también la risa y la alegría, y las personas que nos ayudan o ayudamos, y los sueños, y los deseos, y las locuras...

Que nos llamen locos e imprudentes, puede que hasta irresponsables, pero no dejemos que por la incomodidad de no formar parte de alguna manada o al contrario, renunciemos a las sorpresas que nos pueden ofrecer cada día si queremos sentir como corre la vida por nuestra respiración, arterias y venas.

Rebusquemos en nuestros adentros qué queremos hacer con nuestros días y en qué orilla y en qué mar y en que cara de la luna queremos estar mirando como crecen las encinas.





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