Un Lugar

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lunes, 6 de septiembre de 2010

La Rocas, el Agua y la Cueva

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La Cueva de las Palomas



Después de un paseo justo, ni cortonilargo, digamos a la medida decualquier mortal no demasiado entrenado, encuentro una maravilla natural: Las rocas, el agua cayendo al charco y la cueva. Hermosa estampa recogida por la cámara. Muchos la conocen y más la desconocen. Solemos no valorar lo que más cerca tenemos, incluso muchas veces perdemos la perspectiva cuando la belleza está demasiado cerca e inmersa en nuestra rutina diaria.

Tengo un buena amiga que después de muchos fracasos de pareja se casó con su vecino al que saludaba diariamente en el ascensor con un fático "buenos días" y curiosamente siguen juntos después de veintiséis años. También conozco a una persona que después de vivir en un pueblo cercano a un pantano durante siete años nunca había sentido el placer de navegar por él y menos aún conocer rincones donde el agua transparente se unía al nacimiento del río. Reconoció que no entendía como le podía haber sucedido. Tengo también un buen amigo que no sentía nada con la música-de ningún tipo- hasta que un día compartí con él un concierto en directo y se enamoró de la cantante por una noche. La lista supongo que sería inacabable.

Parece que tenemos que experimentar diversas circunstancias a la vez para sentir los despertares propios del darse cuenta, abrir los ojos o cualquier otro sentido y encontrarnos con lo que nos mejora. Supongo que tienen que producirse y concatenarse diversas experiencias internas conectadas para mirar y ver aquello que necesitamos, sobre todo, esas pequeñas cosas que en el día a día nos envían guiños tratando- creo-de reconciliarnos con la vida, son contrapesos que equilibran la balanza hasta encontrar un cierto sentido a nuestra existencia.

Sentado frente a la cueva respiro despacio y tranquilo, tratando de concentrarme en el momento y en todo lo que percibo: El ruido del agua cayendo es lo primero, muy obvio pues he cerrado los ojos, cuando los abro, miro la cascada en movimiento por la fuerza de la gravedad actuando sobre el agua quieta y generando un todo en movimiento. El agua transparente se convierte en blanca y el agua estancada silenciosa y quieta contrasta en los sentidos con cada gota que cae y tropieza con ella. Sentimos las partes para emocionarnos con un todo incompleto como la vida misma.

Está nublado y los colores al brillar menos consiguen que las formas se maticen más. El verde del musgo y el amarillo de los líquenes redondean las rocas eliminando su dureza, un colchón húmedo que huele mezclado, entre tierra mojada, hierba y hongos.

Insectos que no paran por la tierra o por el aire, babosas, caracoles y hasta una baqueta buscando al tacto el romero húmedo. Tres arañas grandes muy quietas, una rana que escucho y no veo entre los juncos. Y dos perros flacos y vagabundos con la mirada triste que beben agua.

Lo veo todo desde arriba, sentado sobre una roca caída hace ochenta y dos años, la vio caer el tío Ranafrita en una mañana de primavera mientras araba con el mulo la quincha de almendros que tenía nada más pasar la casa derruida de enfrente.

De pronto un pájaro se lanza a toda velocidad contra el agua y en menos de tres segundos sale con un pez en la boca, alucino, menuda sorpresa, es una gaviota.





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